venerdì 28 maggio 2010

Autopsias paternas

POR ELPAIS.COM
Varias publicaciones ponen de relieve la importancia creciente de un subgénero, el que indaga sobre la relación paterno filial.- Richard Ford, Marcos Giralt y Hector Abad nos desentrañen las claves
JUAN CARLOS GALINDO

Las relaciones paterno filiales serán uno de los temas de la próxima semana en la cobertura de Babelia en la Feria del Libro, que incluye un encuentro digital con Marcos Giralt Torrente, autor de 'Tiempo de vida'

"¿Y yo? ¿Qué clase de comentario acabo de hacer? ¿Qué he hecho al abrir a mi padre en canal de este modo, al examinarlo, diagnosticarlo, operarlo de modo que este trabajo resulta un cruce entre hacer el amor y una autopsia?". Quien se pregunta esto es Hanif Kureishi, escritor británico que realiza en Mi oído en su corazón (Anagrama) una de las más valientes disecciones de la relación paterno filial y los conflictos que genera, un tema que ha entrado con cierta fuerza en el panorama editorial español en los últimos meses. El libro, que parte del hallazgo de Kureishi, escritor de éxito, de varias novelas sin publicar escritas por su padre (escritor frustrado, inmigrante desarraigado, padre en eterno conflicto) tiene gran parte de los ingredientes de este subgénero que a tantos escritores ha cautivado antes a autores como Kafka o Ackerley: dudas sobre el papel de la memoria, miedos, rencor, reproches no formulados, elegías aún por cantar, redenciones pendientes y ausencia del ser querido.

Marcos Giralt Torrente, autor de Tiempo de Vida (Anagrama) explica en conversación telefónica con este diario el porqué de la fuerza que han adquirido estas exploraciones del pasado familiar. "Este tipo de libros es más común en los países protestantes, puritanos y anglosajones que aquí, en la cultura mediterránea, aunque se supone que tenemos que ser más tolerantes. ¿Por qué ahora? Porque nos estamos asimilando a otras tradiciones. Ahora que hay más traducciones que nunca, que se puede elegir tu propia tradición y eso hace que todas las literaturas converjan y se asimilen".

Los peligros de la memoria

La memoria juega un papel esencial en la reconstrucción narrativa de vidas ya extintas, más aún si quien la cuenta formó parte de esa biografía. "La memoria es un proceso creativo", afirma el escritor Andrés Neuman, quien en Una vez Argentina (Anagrama) disecciona un siglo de la vida de su país de origen a través de la historia, inventada o no, de su familia. En conversación con EL PAÍS el ganador del premio Alfaguara por El viajero del siglo no se esconde cuando se le pregunta por el valor y los peligros del recuerdo: "El pasado casi no existe hasta que es escrito, no se trata de recordar sino de recrear". ¿Conflicto entre la realidad y el relato? No para Neuman: "No hay dictotomía entre autoficción y memoria. Se trata de conciliar lo aparentemente irreconciliable y tratar de unir los extremos en otro tipo de armonía".

Anagrama ha publicado recientemente Mi madre, de Richard Ford (publicado en EE UU a finales de los ochenta), quien responde por correo electrónico a algunas de las preguntas de este diario. La inquietud por los límites de la memoria también está presente en su obra. Lo resume así: "La memoria es imperfecta e incompleta en sí misma. Lo más importante es decir qué pasó y no inventar lo que nunca ocurrió".

El colombiano Hector Abad Faciolince es uno de los escritores que de manera más intensa ha tratado el tema en los últimos años. Hijo de un médico activista por los derechos humanos asesinado por la extrema derecha en su país, Abad dedica un libro, El olvido que seremos (Seix Barral) a la memoria de su padre y otro, Traiciones de la Memoria (Alfaguara), a analizar los efectos de "esa forma tan peculiar de la brutalidad que es la mala memoria". "Cada vez estoy más convencido", asegura, "de que una memoria solamente es confiable cuando es imperfecta, y que una aproximación a la precaria verdad humana se construye solamente con la suma de los recuerdos imprecisos, unidos a la resta de los distintos olvidos".

Giralt Torrente responde a estas otras afirmaciones similares: "¿Cuál es la verdad de la vida? ¿Quién la imparte? La realidad es múltiple. Hablar de la verdad me parece naïf. Cuando estás hablando de tu vida no hay más verdad que la tuya. La memoria modifica y reinventa".

Retratos imperfectos

Malos modales ("Tú te hurgabas las orejas con mondadientes", Kafka en Carta al Padre), tremendas costumbres como sacarse mocos de la nariz y hacer una bola con ellos (J.R. Ackerley en Mi Padre y yo, Anagrama), infidelidades, extraños hábitos sexuales, alcoholismos, comportamientos rastreros y defectos forman parte de estos relatos construidos unas veces desde el rencor, otras el vacío de la ausencia, otras desde el deseo de recuperar el tiempo perdido y muchas desde todas a la vez.

Después de varios imprevistos y conversaciones diferidas entre Italia y Colombia, conseguimos hablar con Abad sobre la escritura paterno filial: "Es más fácil escribir sobre la maldad que sobre la bondad. La maldad nunca es cursi. También es más fácil escribir sobre el desamor que sobre el amor, porque la falta de amor es más elegante. El amor vive al borde del sentimentalismo. Escribir sobre un padre malo tiene la fuerza de la venganza poética. Yo no podía escribir durante años porque todo lo que me salía era lamentable, por lamentoso. Describir aun hombre bueno, sin sentimentalismo, es casi imposible".

Pero es la tradición anglosajona la experta en cargar las tintas. En su Experiencia (Anagrama) Martin Amis traza un retrato sincero, a veces cariñoso y despiadado de su padre, el también escritor Kingsley Amis. Valga este párrafo como ejemplo: "Emborracharse: no había duda de que ése era siempre el objetivo. Estar borracho tenía sus cosas buenas pero emborracharse era la parte realmente buena. Kingsley había escrito a menudo y con garra sobre este instante en que el emborracharse se convierte súbitamente en estar borracho. Y él era, por supuesto, el campeón de las resacas".

Terapias y vacíos

Ackerley, culto, mordaz, desengañado y desprovisto de cualquier corrección política escribe un texto que destila nostalgia por la ocasión perdida, por la imposibilidad de hacerle unas cuantas preguntitas a su padre, un próspero comerciante que tras su muerte resultó no ser quien parecía ser y que mantenía una familia paralela a la del escritor.

No es el único que ha utilizado el reproche, más o menos oculto, en su prosa. Kureishi, que es un trasunto mestizo, heterosexual, pop y no clasista del autor de Mi padre y yo lanza continuas hondonadas matizadas, no siempre, con párrafos como el que sirve de inicio para este artículo.

Giralt Torrente en cuyas páginas se puede percibir un reproche al padre por todo lo que no fue, no cree que la literatura y ni siquiera este tipo de relatos, sirvan, tengan una función terapéutica: "La terapia es curativa. La literatura no te cura de nada, ni cuando la escribes ni cuando la lees. Puede paliar una situación de estrés emocional, lo que quieras, pero al final, porque de lo contrario no sería literatura, el objetivo es estético". Tampoco cree en esta función Ford, quien considera que hablar de literatura terapéutica es "subestimar un proceso mucho más complejo".

Neuman sí le encuentra objetivo a este tipo de textos: "La función no era solo inventar recuerdos sino despedir cuando se debe de los seres queridos, hay que despedirse cuando están vivos".

Hector Abad describe el proceso: "Durante la escritura hay momentos muy difíciles pues si la materia es íntima uno se resiste a contarla. Yo tuve que hacerlo contra mi voluntad muchas veces, porque mi memoria se resistía a repasar y revivir con palabras los momentos más dolorosos".

Sin narración no hay nada

Marcos Giralt tercia en un debate que surge con cualquiera de los escritores con los que se hable sobre esto. "No sentí la paradoja (de la ausencia del padre) muy lacerante porque en última instancia el destinatario final era yo. A pesar de ser una historia tan íntima, yo estoy haciendo literatura". El escritor madrileño es uno de los autores en los que está más presente la preocupación por el valor literario de lo escrito, por la estructura narrativa como tabla de salvación para evitar convertir el relato en mero exhibicionismo, un poco al modo de ese Philip Roth que toma notas mientras su padre agoniza para su posterior publicación en Patrimonio (Mondadori). "Sentía un rechazo moral a tomar notas durante la enfermedad. Tengo manía a Patrimonio de Roth por eso. No sabes si es un libro sobre el padre o sobre el autor tomando notas mientras su padre se muere", afirma.

Ficción o no ficción, eso lo de menos. "Cada vez me interesa más la realidad y menos la ficción, pero cada vez me parece más que todo, todo, es ficción", llega a afirmar Hector Abad. "Me di cuenta de que tenía una historia que contar", asegura Ackerley sorprendido por la revelación. Giral Torrente, de nuevo, se lo tiene más que pensado: "El hecho de que el material del libro provenga de la realidad no es tan relevante. La forma de escribirlo no es distinta a la de la novela. Eso me permitió dotarlo de tensión narrativa. Si dijese "no es mi vida real" eso no le quita mérito, se leería de la misma manera. Que sea autobiográfica es irrelevante. Hay un tratamiento narrativo, que podemos clasificar de ficcional. La ficción no es sólo inventar, es todo lo que implica el trabajo de mesa del escritor, manipular, y no quiero decir tergiversar, los hechos para que sirvan para contar una historia".

A nadie le preocupa tanto la estructura narrativa y nadie la alimenta tanto con el conflicto paterno filial como Kafka. "Si se analiza detenidamente la obra entera de Kafka, uno cae en la cuenta de que la figura de su padre, consciente o inconscientemente se convirtió para Franz en el núcleo simbólico y el alma de su compleja maquinaria literaria", asegura Jordi Llovet, responsable del prólogo de Padres e hijos (Anagrama) la obra que reúne los principales textos del escritor sobre su relación con su padre.

La presencia del padre, y en ocasiones de la madre, es esencial para la vida de muchos escritores y va más allá de su muerte. O, en palabras de Kureishi cuando se entera de que su padre está al borde de la muerte por un problema de corazón: "Sabía que adonde quiera que fuese e hiciese lo que hiciese, él siempre estaría observándome y condenándome. Como Dios".

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