DA EL PAIS
El pintor que vio un cuadro negro
RAMÓN LOBO Puerto Príncipe
El pintor de los colores vivos -azules y verdes-, de los soles majestuosos y las formas redondas en unos lienzos que transmiten fuerza y optimismo, no ha sido capaz de empezar uno nuevo desde el terremoto del 12 de enero . "Seis días antes me desperté y le dije a Chantal [su esposa]: 'He visto un cuadro negro. Algo terrible va a pasar". Durante esa semana, Exil Levoy, el representante vivo más destacado de la escuela haitiana de Saint Soleil, trazó las formas de uno sombrío y después lo inundó de morados, un color extraño en él. "Cuando la tierra tembló y todos estaban asustados, yo me encontraba tranquilo. Tengo una pierna dañada desde hace años y no puedo correr. Además sentí que mi hora no había llegado".
En su casa en Soisson-la-Montagne se respira aire fresco. Las nubes corren por los cerros e incluso hay abundantes árboles, algo inusual en este Haití desforestado y de tierra yerma y cansada. Desde su terraza se ven sus colores predilectos en el cielo y en la naturaleza. La luz es espléndida. "La vista me inspira. Me siento a observar y espero. No planifico. Es una de las reglas de la escuela de Saint Soleil. La pintura nunca nace de una de idea, no se trata de una propuesta intelectual, sino que sale de dentro, es pura inspiración. Tomo los pinceles y dejo que todo fluya hacia el cuadro".
Su mesa de trabajo machada de decenas de pruebas colores está escondida detrás de una pared de ladrillo gris coronada por una defensa de cristales rotos. Levoy necesita de ese muro para dejar de mirar el mundo exterior y abismarse en sí mismo. Tiene 66 años, 14 hijos, de los cuales cinco son adoptivos, y nueve nietos. Sus manos y su inspiración mantienen a una gran familia.
"Me cuesta pintar porque el terremoto se ha convertido en una obsesión. Cuando voy a la ciudad y veo las casas destruidas pienso en las personas que han muerto y en las que no tienen casa y soy incapaz de encontrar inspiración en ello. Sé que Haití recibe estos días mucha ayuda de todo el mundo pero si la eficacia con la que se está distribuyendo es la medida de cómo será la reconstrucción de mi país debo decir que soy muy pesimista. Ahora ocupamos la atención del mundo, pero pronto se cansarán de oír hablar de nosotros".
En algunas calles, cerca de los lugares donde viven extranjeros, crecen cada día unos mercadillos de cuadros de colores fuertes y máscaras enormes que están emparentadas con las del reino de Dahomey (actual Benin), de donde proceden muchos haitianos. Estos puestos de venta al aire libre desparecieron con los temblores de la tierra y el polvo, pero regresan ahora a sus lugares de siempre como una contribución al deseo colectivo de normalidad. Elizabeth se planta todos los días en la entrada del hotel Plaza en espera de que algún periodista o trabajador humanitario le compre un lienzo. "Los vendo por 50 dólares pero puedo bajar a 40", asegura en inglés sin dar tiempo si quiera a una negociación. "Llevo todo el día aquí y no he vendido ninguno".
Los cuadros de pintores de la categoría de Exil Levoy, con exposiciones en 57 países (nunca en España), no se venden en la calle sino en las galerías de postín como la Nader. Haití, el país más pobre de América, es rico en artistas. Sus pintores son célebres gracias a intelectuales franceses como André Breton y André Malraux y al estadounidense Hewitt Peters. También sus músicos, contagiados de todos los ritmos, de los africanos, que llevan metidos en el cuerpo, el merengue dominicano y los sones de Santiago de Cuba. "Somos gente que tiene el don. Somos capaces de sentir. Cuando te rodea la miseria sólo te pueden salvar la espiritualidad y el arte".
RAMÓN LOBO Puerto Príncipe
El pintor de los colores vivos -azules y verdes-, de los soles majestuosos y las formas redondas en unos lienzos que transmiten fuerza y optimismo, no ha sido capaz de empezar uno nuevo desde el terremoto del 12 de enero . "Seis días antes me desperté y le dije a Chantal [su esposa]: 'He visto un cuadro negro. Algo terrible va a pasar". Durante esa semana, Exil Levoy, el representante vivo más destacado de la escuela haitiana de Saint Soleil, trazó las formas de uno sombrío y después lo inundó de morados, un color extraño en él. "Cuando la tierra tembló y todos estaban asustados, yo me encontraba tranquilo. Tengo una pierna dañada desde hace años y no puedo correr. Además sentí que mi hora no había llegado".
En su casa en Soisson-la-Montagne se respira aire fresco. Las nubes corren por los cerros e incluso hay abundantes árboles, algo inusual en este Haití desforestado y de tierra yerma y cansada. Desde su terraza se ven sus colores predilectos en el cielo y en la naturaleza. La luz es espléndida. "La vista me inspira. Me siento a observar y espero. No planifico. Es una de las reglas de la escuela de Saint Soleil. La pintura nunca nace de una de idea, no se trata de una propuesta intelectual, sino que sale de dentro, es pura inspiración. Tomo los pinceles y dejo que todo fluya hacia el cuadro".
Su mesa de trabajo machada de decenas de pruebas colores está escondida detrás de una pared de ladrillo gris coronada por una defensa de cristales rotos. Levoy necesita de ese muro para dejar de mirar el mundo exterior y abismarse en sí mismo. Tiene 66 años, 14 hijos, de los cuales cinco son adoptivos, y nueve nietos. Sus manos y su inspiración mantienen a una gran familia.
"Me cuesta pintar porque el terremoto se ha convertido en una obsesión. Cuando voy a la ciudad y veo las casas destruidas pienso en las personas que han muerto y en las que no tienen casa y soy incapaz de encontrar inspiración en ello. Sé que Haití recibe estos días mucha ayuda de todo el mundo pero si la eficacia con la que se está distribuyendo es la medida de cómo será la reconstrucción de mi país debo decir que soy muy pesimista. Ahora ocupamos la atención del mundo, pero pronto se cansarán de oír hablar de nosotros".
En algunas calles, cerca de los lugares donde viven extranjeros, crecen cada día unos mercadillos de cuadros de colores fuertes y máscaras enormes que están emparentadas con las del reino de Dahomey (actual Benin), de donde proceden muchos haitianos. Estos puestos de venta al aire libre desparecieron con los temblores de la tierra y el polvo, pero regresan ahora a sus lugares de siempre como una contribución al deseo colectivo de normalidad. Elizabeth se planta todos los días en la entrada del hotel Plaza en espera de que algún periodista o trabajador humanitario le compre un lienzo. "Los vendo por 50 dólares pero puedo bajar a 40", asegura en inglés sin dar tiempo si quiera a una negociación. "Llevo todo el día aquí y no he vendido ninguno".
Los cuadros de pintores de la categoría de Exil Levoy, con exposiciones en 57 países (nunca en España), no se venden en la calle sino en las galerías de postín como la Nader. Haití, el país más pobre de América, es rico en artistas. Sus pintores son célebres gracias a intelectuales franceses como André Breton y André Malraux y al estadounidense Hewitt Peters. También sus músicos, contagiados de todos los ritmos, de los africanos, que llevan metidos en el cuerpo, el merengue dominicano y los sones de Santiago de Cuba. "Somos gente que tiene el don. Somos capaces de sentir. Cuando te rodea la miseria sólo te pueden salvar la espiritualidad y el arte".