POR ELPAIS.COM
ENTREVISTA: 69ª Feria del Libro de Madrid
"Escribo sobre lo que me aterra"
CARLES GELI
Labios contraídos, articulaciones que hace sonar, robustos brazos apoyados en las piernas, algún soplido y un silencio notorio hasta que no tiene el discurso articulado al milímetro... Sí, John Irving (Exeter, EE UU, 1942) afronta las entrevistas como sus novelones y la vida misma: como ex practicante de lucha libre. El nuevo combate es La última noche en Twisted River (Tusquets; Edicions 62, en catalán, y Círculo de Lectores), su 12ª novela que ayer presentó en Barcelona (y una de las novedades más esperadas en la Feria del Libro de Madrid), otro tour de force a partir de la huida de un padre y su hijo tras un crimen accidental. Un título que quizá sería el que recomendaría para entrar en su mundo porque "mi mirada sobre el oficio de escritor y la historia que cuento están más unidas".
ENTREVISTA: 69ª Feria del Libro de Madrid
"Escribo sobre lo que me aterra"
CARLES GELI
Labios contraídos, articulaciones que hace sonar, robustos brazos apoyados en las piernas, algún soplido y un silencio notorio hasta que no tiene el discurso articulado al milímetro... Sí, John Irving (Exeter, EE UU, 1942) afronta las entrevistas como sus novelones y la vida misma: como ex practicante de lucha libre. El nuevo combate es La última noche en Twisted River (Tusquets; Edicions 62, en catalán, y Círculo de Lectores), su 12ª novela que ayer presentó en Barcelona (y una de las novedades más esperadas en la Feria del Libro de Madrid), otro tour de force a partir de la huida de un padre y su hijo tras un crimen accidental. Un título que quizá sería el que recomendaría para entrar en su mundo porque "mi mirada sobre el oficio de escritor y la historia que cuento están más unidas".
Pregunta. ¿Revisar la infancia desde la edad adulta es el leitmotiv de toda su obra?
Respuesta. En lo formal, sin duda porque controlar a un personaje desde la infancia te da la seguridad de dónde vienen las cosas; la arquitectura de mis novelas existe antes de que empiece a escribirlas; tengo una hoja de ruta perfecta: a los cuatro años de haber escrito el primer capítulo o frase puedo llegar a reescribirlos, pero el final nunca lo cambio.
P. ¿Y en lo personal?
R. No sé si podría mirar atrás y decir con certeza qué fue lo que más me marcó de mi niñez, pero como decía Graham Greene, en la infancia existe una puerta que se abre al futuro; en mis novelas hay siempre una de esas puertas por donde saldrá todo, esos detalles de pequeño que explican lo que se es de mayor.
P. O sea, hay como una predestinación calvinista: las cosas que han de pasar, pasarán...
R. Entre los cinco y los 14 años acompañé a mi madre, que era apuntadora de un teatro; yo siempre sabía qué pasaría en la obra, quizá por ello mis novelas tienen una composición casi teatral, muy formal, como el de los clásicos que son mi modelo: el griego, con Sófocles en particular, o Shakespeare. Pero siempre están los cinco actos, el tema, la predestinación y desde el comienzo el público o el lector ya sabe qué va a ocurrir; las brujas te avisan en Macbeth; en Dickens, Hardy, Melville... Me gustan esas historias en que lo que ocurrirá parece inevitable y el público lo sabe, me encanta que el lector se anticipe en un 85%, mientras le escondo el 15%.
P. Hay que estar muy seguro como narrador para hacer eso.
R. Solo hay que tener confianza en el final de la historia; por eso antes le dedico cuatro años.
P. ¿No hay manera de que sus personajes sean felices del todo?
R. En Danny, el hijo-escritor, he puesto la vida que me aterraría si a mí o a alguien cercano les pasara; mis novelas son un ejercicio de autoaterramiento: he escrito más y mejor sobre mis miedos que sobre lo que me ha pasado.
P. ¿Hay menos humor?
R. Posiblemente. Me hago mayor y estoy cansado de hacer de mago... Sí, estoy más melancólico, el tono es más sombrío en mis últimas cuatro obras. Ocurre que cuando eres joven tienes más fe en que la gente pueda cambiar y te inclinas a escribir sobre esa transformación; si vives y ves mucho te das cuenta de que los seres humanos no cambian para nada. En La última noche... el tema es la mentalidad de la frontera y la violencia: si hemos sido violentos aunque sea un niño y por accidente, no importa: habrá reciprocidad en esa violencia. Sí, la civilización, el mundo, se deteriora.
P. ¿No se siente solo como narrador de historias en tiempos de metaliteratura y literatura del yo?
R. Mis modelos literarios ya eran caducos cuando los leía; yo nunca estaré de moda, siempre estaré pasado de moda; pero confío aún en el lector que disfruta de una trama, de aquel dinosaurio de una narración larga que les afecta emocionalmente porque aman a los personajes.
P. Vuelve a aparecer un oso en la novela. ¿Qué simbolismo tiene?
R. Han salido solo en cinco novelas de 12. Como las personas, su cara puede esconder sus emociones; en cualquier caso, es parte de mi atrezzo literario... Son un poco como los tontos de las piezas de Shakespeare, que acaban diciendo lo más inteligente.
P. Pero sus osos no hablan...
R. Sin la historia del oso que le cuentan al niño no habría novela... Y a partir de ahí construyo 10 o 12 'Qué habría pasado si...', esos detalles que son la causa de todo.
P. Los detalles de la vida.
R. No le quepa duda, la vida son los detalles.
Respuesta. En lo formal, sin duda porque controlar a un personaje desde la infancia te da la seguridad de dónde vienen las cosas; la arquitectura de mis novelas existe antes de que empiece a escribirlas; tengo una hoja de ruta perfecta: a los cuatro años de haber escrito el primer capítulo o frase puedo llegar a reescribirlos, pero el final nunca lo cambio.
P. ¿Y en lo personal?
R. No sé si podría mirar atrás y decir con certeza qué fue lo que más me marcó de mi niñez, pero como decía Graham Greene, en la infancia existe una puerta que se abre al futuro; en mis novelas hay siempre una de esas puertas por donde saldrá todo, esos detalles de pequeño que explican lo que se es de mayor.
P. O sea, hay como una predestinación calvinista: las cosas que han de pasar, pasarán...
R. Entre los cinco y los 14 años acompañé a mi madre, que era apuntadora de un teatro; yo siempre sabía qué pasaría en la obra, quizá por ello mis novelas tienen una composición casi teatral, muy formal, como el de los clásicos que son mi modelo: el griego, con Sófocles en particular, o Shakespeare. Pero siempre están los cinco actos, el tema, la predestinación y desde el comienzo el público o el lector ya sabe qué va a ocurrir; las brujas te avisan en Macbeth; en Dickens, Hardy, Melville... Me gustan esas historias en que lo que ocurrirá parece inevitable y el público lo sabe, me encanta que el lector se anticipe en un 85%, mientras le escondo el 15%.
P. Hay que estar muy seguro como narrador para hacer eso.
R. Solo hay que tener confianza en el final de la historia; por eso antes le dedico cuatro años.
P. ¿No hay manera de que sus personajes sean felices del todo?
R. En Danny, el hijo-escritor, he puesto la vida que me aterraría si a mí o a alguien cercano les pasara; mis novelas son un ejercicio de autoaterramiento: he escrito más y mejor sobre mis miedos que sobre lo que me ha pasado.
P. ¿Hay menos humor?
R. Posiblemente. Me hago mayor y estoy cansado de hacer de mago... Sí, estoy más melancólico, el tono es más sombrío en mis últimas cuatro obras. Ocurre que cuando eres joven tienes más fe en que la gente pueda cambiar y te inclinas a escribir sobre esa transformación; si vives y ves mucho te das cuenta de que los seres humanos no cambian para nada. En La última noche... el tema es la mentalidad de la frontera y la violencia: si hemos sido violentos aunque sea un niño y por accidente, no importa: habrá reciprocidad en esa violencia. Sí, la civilización, el mundo, se deteriora.
P. ¿No se siente solo como narrador de historias en tiempos de metaliteratura y literatura del yo?
R. Mis modelos literarios ya eran caducos cuando los leía; yo nunca estaré de moda, siempre estaré pasado de moda; pero confío aún en el lector que disfruta de una trama, de aquel dinosaurio de una narración larga que les afecta emocionalmente porque aman a los personajes.
P. Vuelve a aparecer un oso en la novela. ¿Qué simbolismo tiene?
R. Han salido solo en cinco novelas de 12. Como las personas, su cara puede esconder sus emociones; en cualquier caso, es parte de mi atrezzo literario... Son un poco como los tontos de las piezas de Shakespeare, que acaban diciendo lo más inteligente.
P. Pero sus osos no hablan...
R. Sin la historia del oso que le cuentan al niño no habría novela... Y a partir de ahí construyo 10 o 12 'Qué habría pasado si...', esos detalles que son la causa de todo.
P. Los detalles de la vida.
R. No le quepa duda, la vida son los detalles.
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