DA EL PAIS
Sexo, drogas y micrófonos ocultos
La asombrosa dimensión del espionaje del FBI a las estrellas del rock
DIEGO A. MANRIQUE
Parecen delirios alucinógenos de James Ellroy pero responden a una realidad documentada: el FBI y otras ramas del Gobierno estadounidense investigaron a intérpretes de rock, folk o pop. Lo explica el historiador italiano Mimmo Franzinelli en su reciente libro Rock & servizi segreti.
Los trapos sucios de Sinatra servían para presionar a los Kennedy
El interés del FBI por la farándula derivaba de su fundador, J. Edgar Hoover, que asumía que cualquier información daba poder. Desfilaban los presidentes pero Hoover se mantenía, gracias a su perfil mediático... y sus dosieres. En su momento, los trapos sucios de Frank Sinatra servían para presionar a los Kennedy, que compartían su debilidad por la carne femenina. Sus criterios eran misteriosos: del showman Liberace no se registró su homosexualidad sino su afición a las apuestas clandestinas.
Al irrumpir la contracultura a mediados de los sesenta, el número de subversivos se multiplicó. No pasaba inadvertido Jim Morrison cuando gritaba, con The Doors, "queremos el mundo y lo queremos ahora". Muchos pretendían graduarse de la retórica a la acción. Grace Slick, cantante de Jefferson Airplane, estudió con la hija de Richard Nixon; invitada a la Casa Blanca, se presentó con el activista Abbie Hoffman: planeaban deslizar LSD en la copa del presidente.
El gusto por las drogas facilitaba la labor: los pillados con alguna sustancia ingresaban en las listas de "sospechosos a vigilar". Pero, al recurrir a informantes de ese submundo, se colaban bulos: quedó constancia de un chivatazo que explicaba la renuencia de Elvis a ir de gira por Europa como una consecuencia de... "su adicción psicológica a la cocaína".
La obsesión de Hoover por la música popular tenía cierta lógica. Databa de los años treinta: como Hollywood, los círculos del folk estaban penetrados por bolcheviques de nuevo cuño. El Partido Comunista de EE UU seguía perrunamente las consignas de Stalin, convirtiéndose en objetivo legítimo para el FBI aun antes de la guerra fría. Dado que las directrices de Moscú priorizaban la concienciación de la minoría negra, el PC reivindicó la música afroamericana. Los legendarios conciertos From spirituals to swing, celebrados en 1938 y 1939, fueron organizados por New Masses, la revista cultural del PC. Daba la cara John Hammond, productor discográfico que fungía como compañero de viaje: difundió la falacia de que Bessie Smith murió al no ser atendida en un hospital para blancos de Misisipi.
Se jugaba duro. Tras negarse a contestar al Comité de Actividades Antiamericanas, Pete Seeger se enfrentó a una condena de 10 años; se libró en segunda instancia. También sus alumnos fueron escrutados, desde Joan Baez a Arlo Guthrie. Se dispararon las alarmas cuando el beligerante Phil Ochs proclamó que la única esperanza para la revolución consistía en alguien que fundiera el carisma de Elvis con la ideología de Che Guevara, papel que se atribuyó él mismo. Amigo de todos ellos fue Bob Dylan: su sonado alejamiento del folk izquierdista en 1965 pudo obedecer también a razones de autopreservación; abierta la veda de los asesinatos políticos, ejercer de "profeta de la juventud" equivalía a ser un blanco demasiado visible.
El caso Watergate supuso el desprestigio de aquellas acciones clandestinas: se disculpaban los excesos contra comunistas y negros levantiscos, pero hubo indignación cuando "los hombres del presidente" fueron atrapados espiando al Partido Demócrata. El minucioso Comité Church destapó las miserias del Counter Intelligence Program que el FBI pilotó entre 1956 y 1971, sin olvidar las hazañas de la CIA fuera del país.
La revelación de unas indignidades que empañaban la autoestima de la democracia estadounidense sirvió para reforzar la Ley de Libertad de Información, que permite acceder a expedientes confidenciales. Conocimos así la inquina de la Administración de Nixon contra John Lennon: el FBI desarrolló una campaña de espionaje y hostigamiento, en la creencia de que el ex beatle lideraba actividades revolucionarias y que debía ser expulsado de Estados Unidos. No había xenofobia: se acosó igualmente al director y compositor Leonard Bernstein.
No crean que semejantes tácticas eran exclusiva de Washington. En Rock & servizi segreti, Franzinelli recuerda que Fabrizio de André, hoy entronizado como una de las glorias de la música italiana, fue controlado durante los setenta: la policía secreta sospechaba que compraba tierras ¡para esconder a las Brigadas Rojas! Aparentemente, nadie observaba cuando el cantautor y su esposa fueron secuestrados por bandoleros sardos. Sufrieron cuatro meses de pesadilla, hasta que la familia pagó el rescate.
Sexo, drogas y micrófonos ocultos
La asombrosa dimensión del espionaje del FBI a las estrellas del rock
DIEGO A. MANRIQUE
Parecen delirios alucinógenos de James Ellroy pero responden a una realidad documentada: el FBI y otras ramas del Gobierno estadounidense investigaron a intérpretes de rock, folk o pop. Lo explica el historiador italiano Mimmo Franzinelli en su reciente libro Rock & servizi segreti.
Los trapos sucios de Sinatra servían para presionar a los Kennedy
El interés del FBI por la farándula derivaba de su fundador, J. Edgar Hoover, que asumía que cualquier información daba poder. Desfilaban los presidentes pero Hoover se mantenía, gracias a su perfil mediático... y sus dosieres. En su momento, los trapos sucios de Frank Sinatra servían para presionar a los Kennedy, que compartían su debilidad por la carne femenina. Sus criterios eran misteriosos: del showman Liberace no se registró su homosexualidad sino su afición a las apuestas clandestinas.
Al irrumpir la contracultura a mediados de los sesenta, el número de subversivos se multiplicó. No pasaba inadvertido Jim Morrison cuando gritaba, con The Doors, "queremos el mundo y lo queremos ahora". Muchos pretendían graduarse de la retórica a la acción. Grace Slick, cantante de Jefferson Airplane, estudió con la hija de Richard Nixon; invitada a la Casa Blanca, se presentó con el activista Abbie Hoffman: planeaban deslizar LSD en la copa del presidente.
El gusto por las drogas facilitaba la labor: los pillados con alguna sustancia ingresaban en las listas de "sospechosos a vigilar". Pero, al recurrir a informantes de ese submundo, se colaban bulos: quedó constancia de un chivatazo que explicaba la renuencia de Elvis a ir de gira por Europa como una consecuencia de... "su adicción psicológica a la cocaína".
La obsesión de Hoover por la música popular tenía cierta lógica. Databa de los años treinta: como Hollywood, los círculos del folk estaban penetrados por bolcheviques de nuevo cuño. El Partido Comunista de EE UU seguía perrunamente las consignas de Stalin, convirtiéndose en objetivo legítimo para el FBI aun antes de la guerra fría. Dado que las directrices de Moscú priorizaban la concienciación de la minoría negra, el PC reivindicó la música afroamericana. Los legendarios conciertos From spirituals to swing, celebrados en 1938 y 1939, fueron organizados por New Masses, la revista cultural del PC. Daba la cara John Hammond, productor discográfico que fungía como compañero de viaje: difundió la falacia de que Bessie Smith murió al no ser atendida en un hospital para blancos de Misisipi.
Se jugaba duro. Tras negarse a contestar al Comité de Actividades Antiamericanas, Pete Seeger se enfrentó a una condena de 10 años; se libró en segunda instancia. También sus alumnos fueron escrutados, desde Joan Baez a Arlo Guthrie. Se dispararon las alarmas cuando el beligerante Phil Ochs proclamó que la única esperanza para la revolución consistía en alguien que fundiera el carisma de Elvis con la ideología de Che Guevara, papel que se atribuyó él mismo. Amigo de todos ellos fue Bob Dylan: su sonado alejamiento del folk izquierdista en 1965 pudo obedecer también a razones de autopreservación; abierta la veda de los asesinatos políticos, ejercer de "profeta de la juventud" equivalía a ser un blanco demasiado visible.
El caso Watergate supuso el desprestigio de aquellas acciones clandestinas: se disculpaban los excesos contra comunistas y negros levantiscos, pero hubo indignación cuando "los hombres del presidente" fueron atrapados espiando al Partido Demócrata. El minucioso Comité Church destapó las miserias del Counter Intelligence Program que el FBI pilotó entre 1956 y 1971, sin olvidar las hazañas de la CIA fuera del país.
La revelación de unas indignidades que empañaban la autoestima de la democracia estadounidense sirvió para reforzar la Ley de Libertad de Información, que permite acceder a expedientes confidenciales. Conocimos así la inquina de la Administración de Nixon contra John Lennon: el FBI desarrolló una campaña de espionaje y hostigamiento, en la creencia de que el ex beatle lideraba actividades revolucionarias y que debía ser expulsado de Estados Unidos. No había xenofobia: se acosó igualmente al director y compositor Leonard Bernstein.
No crean que semejantes tácticas eran exclusiva de Washington. En Rock & servizi segreti, Franzinelli recuerda que Fabrizio de André, hoy entronizado como una de las glorias de la música italiana, fue controlado durante los setenta: la policía secreta sospechaba que compraba tierras ¡para esconder a las Brigadas Rojas! Aparentemente, nadie observaba cuando el cantautor y su esposa fueron secuestrados por bandoleros sardos. Sufrieron cuatro meses de pesadilla, hasta que la familia pagó el rescate.
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